Nunca fui mujer de un solo paraguas. Pocos, muy pocos me han durado semanas; la mayoría días contados.
Y no, no es cuestión de olvido o memoria. Si los abandono - escojo minuciosamente el espacio y el momento- en el metro o sobre la mesa de un restaurante es, simple y llanamente, por desamor.
Necesito cada vez más tiempo para superar esos naufragios. Paso meses buscando un nuevo candidato: prefiero, después de tantos fracasos calarme hasta a los huesos a equivocarme. Me pateo tiendas y centros comerciales: unos chulean de doble varilla, otros - los más vulgares- de centímetros de contero; los plegables juran y perjuran que se adaptarán a mi vida.
Este otoño que promete ser torrencial me ha hecho precipitarme: ahí lo tienen, en el atestado paragüero de la cafetería. Sí, el estampado.
Como lo pierda de vista o lo deje de la mano, me abandonará y se irá con cualquiera. No, no parece - fíjense cómo presume de mango-paraguas de una sola mujer.
En fin...
Me pongo mis mejores prendas para salir esta noche. Necesito desfasar un poco y buscar calor fuera de las calles.
23 de julio de 2010
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2 comentarios:
No lleves paraguas mujer, ¡que te dejen uno!
Lo que mola es que un chico guapetón de acoja bajo su paraguas, agarrarte de su brazo para caber los dos debajo y que surja la magia de la lluvia.
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