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30 de septiembre de 2010

No me hables, estoy cableada.

Hoy casi me vuelvo loca... aunque hay mucha gente que asegura que ya he llegado a ese estado por la que la primera aseveración carecería de lógica alguna. Llevaba unas cuantas clases encima cuando me tocaron las prácticas de una de esas asignaturas que no entiendes por qué debes estudiar si te aportarán un 0,000001% en tu vida laboral. Aunque si nos ponemos así tendría que replantearse la mitad del temario.

La cosa es que yo llegué un poco agotada a un aula enorme con nombre de jugador de fútbol, y el profesor comenzó a dar las explicaciones pertinentes. Éramos como cinco personas por lo que había que estar atento por si caía alguna pregunta sobre el rollazo que nos estaba contando. Por primera vez en mi carrera éramos mas chicas que chicos. Después de escuchar entendiendo más o menos todo nos pusimos manos a la obra a montar un circuito que encendía y apagaba un motor.

Pensaréis que hacer un circuito que sólo apague y encienda es sencillísimo. Cuatro cables, un interruptor y arreglado. Hasta Belén Esteban podría hacerlo. ¡Error! En un momento allí había como cien cables conectadas a cosas que ni siquiera sabía que hacía. Números que no tenían ningún sentido. Yo conectaba y desconectaba intentando poner orden en el caos pero todo era en vano. Me hubiera sentido algo mejor si el resto hubiera tenido tantas dificultades como yo (mal de muchos, consuelo de tontos, ¿no?) pero mientras yo seguía en mi utopía particular los motores del resto comenzaban a resonar como diciéndome : ¡eres tonta! ¡eres tonta! Me llegué a agobiar, de verdad.

Pero entonces me detuve un momento. El símil de aquella maraña de cables era como la vida misma. Un lío de relaciones, sentimientos y momentos del que sólo consigues escapar (o incluso disfrutar) si te relajas un poco y te tomas las cosas con filosofía. Entropía ficticia (como me gusta la palabra entropía, se parece a utopía y ambas tienen un significado tan profundo...) Pero, como la propia vida, aquello también podía ser mucho más llevadero si contaba con un compañero al lado. Con mi conocido trueque de favores por chupitos conseguí que aquel muchacho de gafas me ayudara con mi caos personal (sigo hablando de los cables, ¿eeeh?) y tras unas cuantas inspiraciones profundas y un estrujamiento de cerebro conseguí que aquello funcionara. ¡Bendito sonido del motor al encenderse! Casi pude sentir el rayo de luz iluminándome a través del techo de plexiglás.

Lástima que nadie pudiera ver mi hazaña salvo el profesor. Todos habían acabado y abandonado el aula cuando di por terminado mi trabajo. Supongo que siempre les costó a unos más que a otros poner orden en sus vidas...




3 comentarios:

Anónimo dijo...

Ohhh, me ha encantado el símil este... Ojala la vida fuera asi de sencilla de arreglar, moviendo cables...

Me alegro de que lo consiguieras!!!!

Un besazo!!! :)

FueraDeReceta dijo...

Q buenooo!!! Eso de cablear siempre me ha hecho gracia!!
Xcierto te han llegado mis emails¿?

Pilistruski dijo...

Me ha encatao la reflexión, cables,migas...como molan las metáforas,je. Na, yo siempre tuve problemas con las prácticas tb...recuerdo cuando cursé circuitos y el tío nos increpaba con ponernos un cero como hicieramos un corto...en fin, q algunos tienen maña y otros tenemos mmmmmm, un blog,jeje.

 

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